Cómo buena millennial puedo entender que en mis veintes sufrí del mal del “tengo que” ( y a veces, como dice la gran Christina Najjar, Mr. Anxiety llega sin avisar a tocar mi puerta de vez en cuando).
“Tengo que hacer ejercicio, tengo que hacer la nueva dieta, tengo que ir a la universidad, pero tengo que trabajar, tengo que ahorrar, tengo que escribir 10 minutos al día, pero también tengo que meditar, ¿me tengo que casar?”… tengo tengo tengo hasta que no tienes nada… más que un tremendo burn out.
Muy consciente de que soy el epítome del cliché privilegiado, canalizando a mi Julia Roberts interior decidí irme a la India un mes y medio para “ reencontrarme” y ¡claro que me encontré! pero me encontré con un chingo de miedos y ansiedades del otro lado del mundo, por que como bien dice el dicho en inglés “ wherever you go, there you are”.
No se si es mi ascendente en escorpio, mi luna en tauro, mi sol en virgo o que mis papás se divorciaran cuando yo no había nacido ( o como me gusta pensar a mi, todo lo anterior) pero tiendo a sobre-hacer para no sobre-pensar.
Estando del otro lado del mundo, y como me gustaba decir en ese momento “ en el culo del infierno” me tocó sentarme en la incomodidad y procesar. ¿Procesar qué exactamente? primero que nada: duelos.
Cómo dicen en el mundo de la psicología, si al tener una perdida ya sea física o emocional, no nos centramos en “duelar” posteriormente viene un doble duelo. Te duele que no te dolió en ese momento y ahora te duele más, por pendeja.
Fui a la India sin un plan específico, pero seamos realistas, hay algo muy romántico y capitalista de pensar irte a una playa en casa de la chingada, practicar yoga 3 horas al día y tomar agua de coco, cómo si eso fuera a arreglarte 30 años de pedos. Cómo si con ese diploma te diera un certificado de “ ahora si ya sané, cabrones”.
Y pues como se lo podrán imaginar, en la India no alcancé el Nirvana, ni me elevé, ni tampoco logré meditar más de media hora ( de hecho me chocaba) pero ¡ah cabrón! cómo lloré.
Entendí que aprendo más de lo que me duele que de lo que me hace sonreír.
Encontré que en la quietud es donde más ruido tengo, pero también es donde más me habito.
Donde no tengo agenda ni citas, donde la única cita, es conmigo.
Cuando te hablan de soltar, no te cuentan del callo que se queda en tus manos si estuviste mucho tiempo aferrado como Juan Gabriel a esa soga.
Toca limarlos, toca quererlos, toca sanarlos. Entender que tuvieron un propósito ( pero ya no nos sirven, ni se ven bonitos).
Regresando de la India es donde se me puso bien raro el after ( rarísimo).
Una pseudo yogi, puteadísima ( por que si, sentir cansa y un chingo) llegó a México ahora con otro cometido: ¿cómo chingados me voy a salir de este país?
Y esa, es historia para otro día.
Saludos desde el diván de Valentain.
Foto de su pseudo yogi favorita.